Uruguay, con sus características propias, sus apasionados enólogos y un creciente enfoque en la sostenibilidad, se ha posicionado como una estrella en ascenso en el mundo del vino. El compromiso del país por la calidad más que por la productividad, junto a la singularidad del Tannat y del Albariño con la influencia que el Océano Atlántico le otorga a sus productos, ha captado la atención de entusiastas y críticos del vino.
El vino posee una larga historia en Uruguay remontándose a la época colonial en el siglo XVI. Sin embargo, no fue hasta el siglo XIX, con la llegada de inmigrantes europeos-especialmente italianos y españoles-, que la elaboración del vino comienza a tomar forma incorporando sus tradiciones vitivinícolas, habilidades y esquejes de vid, sentando así las bases de la viticultura del país.
A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, el país experimenta un auge económico que permite el aumento de las inversiones en la industria vinícola. Canelones, región ubicada al norte de la capital montevideana, con sus crecientes viñedos, nuevas bodegas e incorporación de técnicas modernas de vinificación, se convierte en el epicentro de la producción de vinos de alta calidad.
Uno de los factores más significativos que contribuyen a la excelencia de los vinos uruguayos es su clima favorable, la posición geográfica y la calidad de su suelo.
El clima uruguayo se ve influenciado por el aire marino, vientos frescos provenientes del océano Atlántico que moderan las temperaturas, especialmente beneficiosos para la maduración de las uvas.
Los tipos de suelo del país son variados, aunque la influencia más significativa proviene de suelos graníticos y calcáreos ideales para las vides, promoviendo un crecimiento saludable y otorgando a los vinos características minerales.
La combinación de dichos factores crea un ambiente favorable para el cultivo de variedades tanto de uvas tintas como blancas.